martes, 11 de septiembre de 2007

Nadie está olvidado.


Otro once de septiembre. En 1973, cuando aún no cumplía los dos años de vida, los milicos y todas las fuerzas armadas y de orden, dieron un golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende. Desde esa fecha esta país se conmociona en este triste día.

Aquellos que se sienten orgullosos de la "gesta liberadora" de Pinochet y su camarilla de asesinos, realizan sus actos de reconocimiento y celebran la victoria de los dueños del capital enlodando los recuerdos, los logros populares y la democracia de ese Chile que quedó enterrado con su intervención criminal.

Los vencidos de ayer, aquellos que creían en la construcción de otro país, hoy están en el gobierno y, desde ahí, afinan los detalles de la maquinaria económica dictatorial para que se mantenga por siempre. A los vencidos de ayer los vencieron de verdad: apoyan el modelo, hambrientos de poder y dinero, hacen pactos de no agresión con los violadores de DDHH; se atreven a hacer mesas de diálogo en una nueva intentona de impunidad. Por eso celebran los vencedores, porque efectivamente vencieron a todos estos diletantes que nos gobiernan.

Para mí es otro once de pena, de una profunda indignación. Otro once sin ver verdad y justicia plena en los casos de violaciones a los derechos humanos. Otro día para recordar la infancia plagada de imágenes de muerte, los rallados clandestinos, las listas de exiliados en la televisión, los falsos enfrentamientos en los noticiarios, el cura y el milico en los actos del colegio, la canción nacional con esa estrofa que ya ni recuerdo -nunca la canté-... Otro once de septiembre con toda su carga oscura, con apagones en las poblaciones, con manifestaciones vivas en contra de ese golpe de mierda.

La única diferencia, es que este es el primer once de septiembre sin el dictador Pinochet. Es una sensación rara, porque quería verlo juzgado, preso, pagando en algo lo que hizo. A cambio, vivió sus últimos días muy protegido por la camarilla de siempre y todos los gobiernos de la Concertación. No me alegró su muerte, me dio rabia saber que ya no podría cumplir ninguna condena, que todos los asesinatos, persecuciones, robos y la imbecilidad espesa de cada una de sus intervenciones televisadas -siempre sufrió demencia- quedarían impunes. Todos los sueños de justicia que tenía, con su muerte, parecían haberse ido al tacho de la basura. Pero la fortaleza humana no deja de impresionarme, justo cuando creía que el esfuerzo de muchos por derrocar la dictadura y condenar a los culpables había sido en vano, escuché la noticia "Un joven de aproximadamente 30 años lanzó un escupo al féretro de Augusto Pinochet Ugarte... Fue identificado como Francisco Cuadrado Prats, nieto del asesinado general Carlos Prats, quien reivindicó su acción en una comunicación a través de un contacto telefónico con Televisión Nacional, sin aparecer en cámara". Mi corazón se aceleró de alegría. Imaginé todos los años de su vida en que soñó con la justicia para su abuelo. Imaginé las horas invertidas en la fila de personas que iban a despedirse del tirano, su ansiedad. ¿Qué estaría pensando todo ese tiempo? Quisiera haberlo acompañado, desee estar ahí para ayudarlo, para que el escupo fuera más grande, para que los imbéciles de siempre no fueran a tocarlo, para que no lo detuvieran, para que ninguno de esos cómplices de tantos asesinatos y atropeyos pudiera hacerle algo.

Sí, este es otro once de septiembre y, a diferencia de todos los anteriores, en este día recuerdo a todos los hermanos que no están con nosotros y aquellos que siguen luchando por una sociedad más humana y equitativa en este escupitajo contra la impunidad.

Todo mi amor,

Todo mi compromiso,

Toda mi esperanza,

Todo mi respeto,

A los caídos, a los que resisten, a los que luchan y su valentía,
especialmente al gesto justiciero de Francisco Cuadrado Prats.

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