Este fin de semana volví a experimentar la dulzura de estar con buenos amigos. Los últimos tres meses he estado desconectada de todos porque hay situaciones que requieren mi dedicación exclusiva –por lo menos así lo siento-, y he dejado de lado algunas de mis actividades rutinarias de afecto: juntarme con amigos, tomarnos una –o más- cervezas en los bares de siempre, chismear de la vida, ir al teatro o al cine, disfrutar de un gran trozo kuchen de arándanos con un café hazelnut… En fin, dedicarle tiempo a cultivar los amores que comparto con otros, mis compañer@s del camino, mis herman@s del alma. Sí, fue muy especial por eso de encontrarse de nuevo, pero además porque me reencontré con hermosas personas que no veía hace mucho tiempo, especialmente una de ellas, a la que había visto por última vez hace más de dos años.
Nos demoramos en llegar a su casa nueva. No sabíamos la dirección exacta, sólo una intersección de calles en un lote nuevo de casas a las afueras de la ciudad. Después de salir de la circunvalación que restringe a la capital, nuestro viaje continuó por una ruta polvorienta. El paisaje cambió de pronto, y sólo podía ver los cerros decorados con arbustos pequeños. La tarde se despedía detrás de los cerros bajos, y nosotros continuábamos el rumbo sin tener claro cómo llegaríamos a nuestro destino. El teléfono sonó y era nuestra anfitriona para darme nuevas instrucciones. Había que bajarse en el supermercado porque ella estaba ahí, comprando las provisiones para la comida. Cuando llegamos recuperé un abrazo que creí perdido. Uno de esos abrazos apretados que parecen dejarnos mudos y sin aire. Super emocionante nuestro encuentro. Después todo pasó muy rápido. Llegamos a su nueva casa –hermosa, luminosa como la dueña- y la recorrimos disfrutando de cada rincón, descorchamos la primera botella de vino y brindamos muy emocionados.
Un par de horas más tarde, después de habernos puesto al día, llegaron los demás invitados. En realidad no llegaron a la casa, los fuimos a buscar a la bajada del auto que los trajo. Otra vez los abrazos inmensos, llenos de sentidos y promesas cumplidas (se han fijado que nunca podemos estar seguros de algo hasta que alguien que amamos de verdad nos abraza… es como si en ese contacto el miedo y la soledad desaparecieran por unos instantes). Más brindis y una comida riquísima que preparamos juntos. Muchas, muchas risas, nuevas anécdotas y bromas, acompañadas de vino caliente con naranja hasta casi el amanecer.
Al otro día seguimos soñando juntos, hablando de todo lo que nos une, de lo mucho que hemos crecido, de los nuevos planes de cada uno, mientras tomábamos un desayuno colorido y delicioso. Después las fotos antiguas: murales y risas, marchas y lienzos callejeros, nuestras caras gritando, la piel tatuada de consignas, la vida entera en esos gestos colectivos en los que creemos. Muchos años de entrega en esas fotografías compartidas. Muchas experiencias que anudan nuestras vidas. Mucha energía desbordando… Hasta descubrir que profundamente, ahí donde no cabe el olvido en ninguna de sus formas, pero sí las evoluciones y crecimientos, seguimos siendo los mismos.
Muchas gracias por este fin de semana,
por hacerme sentir que todo tiene sentido,
por construir juntos otro futuro.