viernes, 4 de septiembre de 2009

Bienvenido el vértigo



Tengo una crisis de vértigo de esas que te dejan convertido en un minusválido. No sé si lo peor es sentir que todo se da vueltas y no puedes contener las ganas de vomitar, o la mirada que tienen todos los que te rodean: "pobrecita", "se ve pésimo", "que se acueste a descansar", "mírala, tan autosuficiente que es y ahora no puede beber agua por sí misma" -siempre hay alguien que disfruta de tu desgracia-.
Ahora que lo pienso, lo que es de verdad peor es que el doctor te dice: "-No sabemos por qué se produce este trastorno y debemos practicar algunos exámenes". Y uno se queda silente, sin ganas de hacer una pregunta más por temor genuino a escuchar una respuesta más inquietante.

Cuando llegas a casa, te metes a la web a buscar todo lo que encuentres sobre el asunto... y, de hecho, encuentras un montón de cosas difíciles de sintetizar. Al cabo de un rato concluyes: "Son tantos los factores que provocan esto que no sé qué fue lo que me lo provocó a mí". Lo mismo que ya te había dicho el médico, pero sin comprar el bono ni hacer fila.

Tengo la cabeza revuelta, pero eso desde siempre, desde que era chiquitica.

El mundo que me rodea se me da vueltas, como si estuviera en el tercer proceso del lavado: centrifugar. De todos modos es una sensación que siempre he tenido con el mundo, como que no me he subido nunca de verdad a la vida colectiva del planeta... y cuando me he subido, siempre he terminado con náuseas.

Parece que esto del vértigo es algo que me acompaña toda la vida. ¿Les conté que cuando niña uno de mis juegos favoritos era correr descalza sobre el desierto con los ojos cerrados? La sensación que recuerdo de esa experiencia era el vértigo, y la emoción asociada era de placer intenso.


Hummm... parece que me equivoqué de médico. Quizás deba visitar a un siquiatra o pedirle a un curandero que me haga una sangría con alimañas selváticas.