jueves, 14 de junio de 2007

Mi primera vez.



Corríamos por la habitación probándonos toda la ropa de las demás. La idea era verse despampanante, pero sin apocar a las amigas. Claro, todas cultivábamos un look, una manera especial de ser. Recuerdo lo importante que era para mí no distinguirme, sino tratar de parecerme a ellas.

Después de tres cambios de ropa, el agua de colonia y un pequeño toque de brillo en los labios, me quedé sentada observando cómo se encrespaban las pestañas. Unas con una cuchara, las otras con una especie de tijera: todas torturándose. Yo tenía una cosa rara recorriéndome el estómago y de pronto mis ojos comenzaron a llorar. Supongo que es por la impresión de ese acto violento -todavía me pasa lo mismo.

Cuando llegamos a la fiesta estaba todo el jet set de los colegios secundarios. Entre extraños y ahogados chillidos, mis amigas empezaron a pellizcarse cuando veían al chico que les encantaba. Yo, que era mucho menor que mis compañeras, me quedé al lado del improvisado sonidista. De puro amable me puse a ordenarle los cassettes -se vanagloriaba de tener más de quinientos, pero no le creí-, y así, como que por siaca, supe que se llamaba Manuel, que tenía 19 años (yo apenas 13, casi 14) y que trabajaba haciendo educación popular a los niños de una población muy pobre. Ahí mismito estuvo mi perdición: era un chico comprometido con sus ideales, que tenía una opinión que dar.

Conversamos mucho rato. Para que no me aburriera -decía- ponía canciones que me gustaban y yo las bailaba frente a él ("Somos cómplices los dos..." / "Ella es mucho más normal que yo..." / "Únete al baile, de los que sobran..." / "Dame otra oportunidad, para saber al menos, si amarte estuvo mal...")No, esa noche no recibí mi primer beso, pero fue el inicio de una larga amistad que todavía conservo.
El Manu -así lo apodé después- fue el primer hombre que enfrenté como mi igual, al primero que quise sin ser su novia y con el que compartí importantes aprendizajes.

Éramos pura vida...


Recuerdo la primera vez que me maquillé. Todas mis compañeras ya sabían los secretos de los colores para el rostro. Yo seguía siendo una niña. Prefería declamar poemas frente al mar o despulgar perros en el camino al colegio. Sí, era considerada una rareza, pero mis preocupaciones estaban fuera de mí. Por esa época comencé a participar en un grupo de jóvenes muralistas que se juntaban en la parroquia de mi población.


Mi primer mural fue una creación colectiva: Una paloma que sostenía a un grupo de personas con marcados rasgos indígenas entre sus alas. A mí me tocó pintar el sol y "filetear" con líneas negras las figuras del diseño. Estuvimos todo el día en eso y, antes de irnos, el más antiguo de los integrantes de la brigada muralista me bautizó: Eligió la más ancha de las brochas, la untó en pintura amarilla y, en medio de muchas risas, me dio "dos manos" sobre la cara.


Así me fui a la casa, maquillada de sol amarillo, con la sensación de haber dado un pasito más para ser la mujer que quería.

martes, 12 de junio de 2007

El sol es nuestra única semilla...

Este fin de semana volví a experimentar la dulzura de estar con buenos amigos. Los últimos tres meses he estado desconectada de todos porque hay situaciones que requieren mi dedicación exclusiva –por lo menos así lo siento-, y he dejado de lado algunas de mis actividades rutinarias de afecto: juntarme con amigos, tomarnos una –o más- cervezas en los bares de siempre, chismear de la vida, ir al teatro o al cine, disfrutar de un gran trozo kuchen de arándanos con un café hazelnut… En fin, dedicarle tiempo a cultivar los amores que comparto con otros, mis compañer@s del camino, mis herman@s del alma. Sí, fue muy especial por eso de encontrarse de nuevo, pero además porque me reencontré con hermosas personas que no veía hace mucho tiempo, especialmente una de ellas, a la que había visto por última vez hace más de dos años.

Nos demoramos en llegar a su casa nueva. No sabíamos la dirección exacta, sólo una intersección de calles en un lote nuevo de casas a las afueras de la ciudad. Después de salir de la circunvalación que restringe a la capital, nuestro viaje continuó por una ruta polvorienta. El paisaje cambió de pronto, y sólo podía ver los cerros decorados con arbustos pequeños. La tarde se despedía detrás de los cerros bajos, y nosotros continuábamos el rumbo sin tener claro cómo llegaríamos a nuestro destino. El teléfono sonó y era nuestra anfitriona para darme nuevas instrucciones. Había que bajarse en el supermercado porque ella estaba ahí, comprando las provisiones para la comida. Cuando llegamos recuperé un abrazo que creí perdido. Uno de esos abrazos apretados que parecen dejarnos mudos y sin aire. Super emocionante nuestro encuentro. Después todo pasó muy rápido. Llegamos a su nueva casa –hermosa, luminosa como la dueña- y la recorrimos disfrutando de cada rincón, descorchamos la primera botella de vino y brindamos muy emocionados.

Un par de horas más tarde, después de habernos puesto al día, llegaron los demás invitados. En realidad no llegaron a la casa, los fuimos a buscar a la bajada del auto que los trajo. Otra vez los abrazos inmensos, llenos de sentidos y promesas cumplidas (se han fijado que nunca podemos estar seguros de algo hasta que alguien que amamos de verdad nos abraza… es como si en ese contacto el miedo y la soledad desaparecieran por unos instantes). Más brindis y una comida riquísima que preparamos juntos. Muchas, muchas risas, nuevas anécdotas y bromas, acompañadas de vino caliente con naranja hasta casi el amanecer.

Al otro día seguimos soñando juntos, hablando de todo lo que nos une, de lo mucho que hemos crecido, de los nuevos planes de cada uno, mientras tomábamos un desayuno colorido y delicioso. Después las fotos antiguas: murales y risas, marchas y lienzos callejeros, nuestras caras gritando, la piel tatuada de consignas, la vida entera en esos gestos colectivos en los que creemos. Muchos años de entrega en esas fotografías compartidas. Muchas experiencias que anudan nuestras vidas. Mucha energía desbordando… Hasta descubrir que profundamente, ahí donde no cabe el olvido en ninguna de sus formas, pero sí las evoluciones y crecimientos, seguimos siendo los mismos.
Muchas gracias por este fin de semana,
por hacerme sentir que todo tiene sentido,
por construir juntos otro futuro.

miércoles, 6 de junio de 2007

Finalmente...



Bueno, hace rato que quería tener este espacio. No porque tuviera demasiadas cosas que decir, más bien, sólo para tener un lugar en donde expresar aquellas pocas cosas que me sobrepasan. Finalmente, elegí un día -hoy- y un título para este blog.

A propósito del título. La frase real y completa es "Uno de los caminos seguros que conducen al futuro verdadero -porque también existe un futuro falso- es ir en la dirección en que crece tu miedo" (Milorad Pavic, Diccionario Jázaro); y se la debo a un hermoso epígrafe en una novela de Patricio Manns, El corazón a crontraluz. Estas palabras me golpearon muy profundamente y me hicieron entender esa incomodidad sutil -pero permanente- que me ha acompañado toda la vida. Justo describe la actitud con que enfrento la vida. Lo más sorprendente de todo fue darme cuenta de esta fundamental característica personal gracias a la lectura de esta cita.

Se las dejo de regalo para el que quiera reflexionarla, compartirla, repetirla, contagiarla y, por supuesto, adoptarla en su vida.