martes, 2 de agosto de 2011

La indignación que prendió mi esperanza

Los vi por la web y me quedé flipando en colores! Me llené de energía y un romanticismo añejo acampó en mi pecho. ¿Quiénes eran esas personas, en su mayoría jóvenes? ¿Por qué estaban acampando en el kilómetro 0 de Madrid, España? Recuerdo haber caminado por esa zona, disfrutado del bullir de gente y situaciones que ocurría mientras paseaba. Nunca imaginé que vería ese espacio vestido de fiesta. Los indignados prendieron una lucecita en mi mirada que hace un tiempo no veía. Una esperanza porfiada que lucha contra el acomodo burgués, la desidia conformista y el escepticismo. Una indignación frente al sistema de construcción social que margina a much@s.
Los indignados que acamparon en Sol fueron llenándose de nuevos contenidos a medida que pasaba el tiempo. Antiguos guerreros de batallas perdidas en la historia, se sumaron a ese gentío vociferante y despierto que gritaba por un cambio en la política, los políticos y la cultura que hasta ahora hemos sostenido. Much@s fueron llegando. Yo llegué a ese lugar gracias a las carreteras de alta velocidad que ofrece Internet. Llegué cada día ansiosa, creativa y alegre. Observé lo que esas personas reunidas allí fueron creando, la represión que sufrieron y el modo en que burlaron las más importantes herramientas de control social. Las manos alzadas con móbiles que captaban imágenes en video y luego las repartían al mundo, fueron los puntos a través de los cuales arribé en mis permanentes viajes. Me parece increíble lo que podemos lograr cuando nos comunicamos usando la tecnología.
Es tiempo de cambiar el modo de construir la sociedad. Necesitamos otro pacto que ponga una red tejida entre tod@s de valores que nos impulsen a vivir en armonía y equilibrio.
Por una revolución amorosa e irrevenrente que nos integre a todos los seres que habitamos el planeta!

domingo, 5 de junio de 2011

Huelga de amor

Hace tiempo que una idea ronda mi cabeza. Estoy repensando el amor como una de mis prácticas cotidianas favoritas y, por lo tanto, como un motor vital incontenible en mi vida.
Siempre me ha resultado muy fácil amar, enamorarme de las personas y del mundo que voy habitando; pero, es algo que aun no aprendo, no sé cuando me quieren bien, con respeto y cuidado.
Sé que es una declaración terrible, porque confesar que no sabes si te aman abre un flanco débil de uno mismo -es como ponerse un cartel que diga "juega con mis emociones, que no me entero de nada"- y porque el reconocimiento implica pasar por el dolor de constatar que te han dañado cuando amabas y lo permitiste.
A estas alturas no sé bien qué es más doloroso, si saber que te dejaste hacer daño o no haber aprendido a reconcer el amor que te tienen o no... Y es que me cuesta porque tiendo a creer sin distancia objetiva. Supongo que quien me ofrece su corazón lo hace en serio y que cuando me dicen que me quieren, pues les creo.
Una antigua amiga me dice que soy muy idealista y adolescente, que creo todo sin aplicar criterio de realidad a nada y que me reparto y comparto sin tomar ningún resguardo de cuidado conmigo.
Ella no es como yo. Es muy exitosa en su trabajo, autoexigente, competitiva, líder de equipo y muy rigurosa de sus conocimientos y tareas. Mide el compromiso con un toque de renuncia permanente, en cualquier caso que se presente. A mí en cambio, la vida me gusta sin esas horrorosas presiones de la competencia o de la demostración del valor que soy. Me gusta tomar el sol y acariciar a los que quiero, entregar el corazón aunque me lo muelan de vez en cuando. Sin embargo, el aprendizaje de poner límites y no permitir que abusen de mis sentimientos, pues no lo he hecho y creo que no es uno de los que haré dentro de los próximos días. Tengo la impresión de que mi amiga lo hizo a muy temprana edad, pero que le costó una tristeza griz - violeta que le subraya la mirada permanentemente.
Me pregunto, ¿por qué hay que poner límites y hacer declaraciones que comiencen con "no te permitiré" o algo por el estilo. Por qué es tan difícil fijarse en el otro y comportarse amante con él, cuidarlo de que mis decisiones no lo dejen atropellado y adolorido. Por qué cuesta tanto hablar sinceramente y decir "te dejé de amar" o "ya no amo de la misma forma". Por qué continuar la vida dejando que otra persona siga creyendo algo que no es o dejando que se invente lo que quiera. ¿A qué parte se va el amor cuando te olvidas de quien dices querer y lo atropellas? Uf! El amor es siempre complejo, como la vida misma, y siempre teñido de pasión. Quisiera declararme en rebeldía y dejar de amar un tiempo... algo así como una gran huelga que impida que mi corazón ame durante ese periodo. Por lo menos hasta que mi cabeza tenga las herramientas para controlar mis emociones y hormonas. Pero no puedo dejar de amar y quienes se aprovechan de mi amor, lo tienen muy claro.
Tampoco sé qué haría en el tiempo en que no esté amando, porque todas mis acciones, las más pequeñas y las más grandes, nacen de ese mismo lugar que llamo amor. Y, lo advierto, no es un lugar idílico, puesto que entiendo el amor con todos sus luces y sombras y estoy convencida que por ese todo complejo e irregular que es, es que me rechifla y motiva como lo hace.
Repensar el amor, sus expresividades y concreciones, es mi invitación permanente. Un coloquio que abrí hace años y que ahora necesito para envejecer con sabiduría.

viernes, 15 de abril de 2011

La indiferencia, el tiempo y la invisibilidad

Hoy es un día de esos en que no me siento el personaje alocado y divertido de las novelas largas que me gustan. Es uno de esos grupos de horas en que comienzas a pensar en el amor que tienes, en el que querías y en el que soñaste. Más grave aún... relexionas -en verdad, yo reflexiono- sobre aquellas cuestiones, promesas y acciones cotidianas que hacemos para cuidar el amor de alguien. Y todo va bien cuando el otro u otra ve lo que haces, lo valora y te devuelve sonrisas, caricias y arrumacos. Es muy guay, yo he sentido que mi corazón está a punto de estallar de felicidad. Hermosos momentos que ayudan un montón a vivir, sobre todo cuando te sientes mal, instantes grises por lo que atraviesa la vida. Sin embargo, otra cosa es cuando sientes que no importando lo que hagas ni las dimensiones de lo que haces, el otro u otra pasa olímpicamente de ti o se ha acostumbrado a ser cuidado y no ve lo que lo rodea. Esto último tiene tanta profundidad, como sordera y ceguera juntas. El tiempo confabula contra la frescura de los esfuerzos amorosos y, en medio de la intensidad de la emoción, la pulsión incontenible del amor cae en una pocita de tristeza. Recuerdo a mis amigas quejándose de los "hombres" que no bajan la tapa del baño ni tapan la pasta de dientes ni se dan cuenta del corte de pelo que se hicieron ni saben qué talla de pantalón o zapatos tienen. En medio de esas generalizaciones odiosas que no comparto, siempre me reí mucho porque no me había pasado... Pero como dice mi mamá, siempre hay una primera vez. Este año, cuando estoy en el límite de la cuarentena, mi vida está llena de situaciones como esas, pero no solo en el ámbito de la pareja, sino en todos los aspectos de la vida. Siempre hay alguien en el que confías o confiabas, alguien que quieres o querías, alguien en quien apuestas o apostabas esperanzas, que pasa de ti sin valorar los gestos de cuidado y sin saber lo que se resiente dentro. Lo que más me jode y al mismo tiempo me alucina, es que he tenido actitudes así también. Aunque me cargue que me lo hagan. Por más esfuerzo que haga en estar atenta y cuidar a los que amo. Creo que el tiempo también me aturde. Hoy es uno de esos grupos de horas en que siento la indiferencia, me duele ser tan invisible y me pongo a pensar cuántas veces yo generé esta emoción que siento en otros. Jodido... súper jodido. Parece ser que nada ni nadie escapa de esa fina capa de polvo de tiempo que oculta todas las cosas. En fin... otro día escribiré de aquellas ocasiones en que la indiferencia no me aplasta.